Era 2005, mi último año del colegio: con un grupo de compañeros fuimos invitados a participar de un foro intercolegial con un joven político quiteño, desconocido hasta entonces, un tal Norman Wray.
Decía ser miembro de Ruptura 25, aquellos (en su mayoría) brillantes muchachos que orquestaron un golpe de estado pacífico desde la sociedad civil contra el gobierno corrupto del dictócrata Lucio Gutiérrez.
Nos contaba que estaba recorriendo el país buscando ideas y propuestas de jóvenes de mi edad, pues según él, jóvenes como yo debíamos recibir un nuevo país en 10 años y por lo tanto, nosotros debíamos participar del “proceso de cambio”. Palabras dulces al oído de cualquier ecuatoriano en aquel entonces y mucho más para un muchachito de 17 años, como yo en esa época.
Su principal propuesta consistía en convocar a una consulta popular con el fin de preguntarle a los ecuatorianos si estábamos de acuerdo o no con la instauración de una Asamblea Nacional Constituyente, que reformara la institucionalidad del Estado y siente las bases de un país que necesitaba con urgencia insertarse en el mundo. Vuelvo y repito, una propuesta maravillosa para la mayoría de los ecuatorianos en aquel tiempo.
¿Cómo no iba a serlo? Con una institucionalidad llena de abusos de poder, corrupción, burocracia, nepotismo, piponazgo, secuestrada por partidos políticos y convertida en caldo de cultivo de la ineficiencia, esta propuesta calaba hondo en todos quienes la escuchábamos.
A la sazón, transcurrían días en los que el dictócrata recién había sido derrocado y Alfredo Palacio acababa de asumir el poder. Él denunciaba abiertamente la necesidad de “refundar” el país a través de una Asamblea Constituyente.
Por ese entonces, me imaginaba un estado menos burocrático, más pequeño y cercano a la gente. Imaginaba también un estado que intervenga lo menos posible en la economía, que genere un clima propicio para los negocios y la inversión privada, respetando las libertades individuales y brindando incentivos para los emprendedores… Todo eso quedo en sueños, los ecuatorianos ya conocemos el desenlace de esta historia: tiramos al tacho de la basura una oportunidad histórica para refundar el país.
En aquel foro, recuerdo haberle dicho a Norman Wray que soñaba con un país de paz. ¿Paz? ¡Qué muchachito tan ingenuo, qué risa!
Pues bien, hoy ni siquiera tenemos eso: ¿Cómo vamos a tener paz? Nos miramos de lejitos con nuestros hermanos colombianos, vivimos en medio de unos niveles de violencia nunca antes vistos, tenemos un desempleo feroz y somos víctimas de una política internacional vinculada a líderes autoritarios… Después de todo, creo que no fui tan ingenuo al sugerir que quería vivir en un país de paz.
En fin, casi 5 años después mientras reviso la prensa me encuentro con ese mismo joven quiteño, presente en la rueda de prensa en la cual Fander Falconí renunciaba a la Cancillería del Ecuador por discrepancias con Su Majestad Rafael I. Junto a él, se encontraban algunos de los más emblemáticos fundadores de Alianza PAIS y militantes de Ruptura 25.
Lo único que se me viene a la mente al verlos es… ¿Será este el país con el que ellos soñaban en 2005?
Decía ser miembro de Ruptura 25, aquellos (en su mayoría) brillantes muchachos que orquestaron un golpe de estado pacífico desde la sociedad civil contra el gobierno corrupto del dictócrata Lucio Gutiérrez.
Nos contaba que estaba recorriendo el país buscando ideas y propuestas de jóvenes de mi edad, pues según él, jóvenes como yo debíamos recibir un nuevo país en 10 años y por lo tanto, nosotros debíamos participar del “proceso de cambio”. Palabras dulces al oído de cualquier ecuatoriano en aquel entonces y mucho más para un muchachito de 17 años, como yo en esa época.
Su principal propuesta consistía en convocar a una consulta popular con el fin de preguntarle a los ecuatorianos si estábamos de acuerdo o no con la instauración de una Asamblea Nacional Constituyente, que reformara la institucionalidad del Estado y siente las bases de un país que necesitaba con urgencia insertarse en el mundo. Vuelvo y repito, una propuesta maravillosa para la mayoría de los ecuatorianos en aquel tiempo.
¿Cómo no iba a serlo? Con una institucionalidad llena de abusos de poder, corrupción, burocracia, nepotismo, piponazgo, secuestrada por partidos políticos y convertida en caldo de cultivo de la ineficiencia, esta propuesta calaba hondo en todos quienes la escuchábamos.
A la sazón, transcurrían días en los que el dictócrata recién había sido derrocado y Alfredo Palacio acababa de asumir el poder. Él denunciaba abiertamente la necesidad de “refundar” el país a través de una Asamblea Constituyente.
Por ese entonces, me imaginaba un estado menos burocrático, más pequeño y cercano a la gente. Imaginaba también un estado que intervenga lo menos posible en la economía, que genere un clima propicio para los negocios y la inversión privada, respetando las libertades individuales y brindando incentivos para los emprendedores… Todo eso quedo en sueños, los ecuatorianos ya conocemos el desenlace de esta historia: tiramos al tacho de la basura una oportunidad histórica para refundar el país.
En aquel foro, recuerdo haberle dicho a Norman Wray que soñaba con un país de paz. ¿Paz? ¡Qué muchachito tan ingenuo, qué risa!
Pues bien, hoy ni siquiera tenemos eso: ¿Cómo vamos a tener paz? Nos miramos de lejitos con nuestros hermanos colombianos, vivimos en medio de unos niveles de violencia nunca antes vistos, tenemos un desempleo feroz y somos víctimas de una política internacional vinculada a líderes autoritarios… Después de todo, creo que no fui tan ingenuo al sugerir que quería vivir en un país de paz.
En fin, casi 5 años después mientras reviso la prensa me encuentro con ese mismo joven quiteño, presente en la rueda de prensa en la cual Fander Falconí renunciaba a la Cancillería del Ecuador por discrepancias con Su Majestad Rafael I. Junto a él, se encontraban algunos de los más emblemáticos fundadores de Alianza PAIS y militantes de Ruptura 25.
Lo único que se me viene a la mente al verlos es… ¿Será este el país con el que ellos soñaban en 2005?