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lunes, 18 de enero de 2010

Un tal Norman Wray

Era 2005, mi último año del colegio: con un grupo de compañeros fuimos invitados a participar de un foro intercolegial con un joven político quiteño, desconocido hasta entonces, un tal Norman Wray.

Decía ser miembro de Ruptura 25, aquellos (en su mayoría) brillantes muchachos que orquestaron un golpe de estado pacífico desde la sociedad civil contra el gobierno corrupto del dictócrata Lucio Gutiérrez.

Nos contaba que estaba recorriendo el país buscando ideas y propuestas de jóvenes de mi edad, pues según él, jóvenes como yo debíamos recibir un nuevo país en 10 años y por lo tanto, nosotros debíamos participar del “proceso de cambio”. Palabras dulces al oído de cualquier ecuatoriano en aquel entonces y mucho más para un muchachito de 17 años, como yo en esa época.

Su principal propuesta consistía en convocar a una consulta popular con el fin de preguntarle a los ecuatorianos si estábamos de acuerdo o no con la instauración de una Asamblea Nacional Constituyente, que reformara la institucionalidad del Estado y siente las bases de un país que necesitaba con urgencia insertarse en el mundo. Vuelvo y repito, una propuesta maravillosa para la mayoría de los ecuatorianos en aquel tiempo.

¿Cómo no iba a serlo? Con una institucionalidad llena de abusos de poder, corrupción, burocracia, nepotismo, piponazgo, secuestrada por partidos políticos y convertida en caldo de cultivo de la ineficiencia, esta propuesta calaba hondo en todos quienes la escuchábamos.

A la sazón, transcurrían días en los que el dictócrata recién había sido derrocado y Alfredo Palacio acababa de asumir el poder. Él denunciaba abiertamente la necesidad de “refundar” el país a través de una Asamblea Constituyente.

Por ese entonces, me imaginaba un estado menos burocrático, más pequeño y cercano a la gente. Imaginaba también un estado que intervenga lo menos posible en la economía, que genere un clima propicio para los negocios y la inversión privada, respetando las libertades individuales y brindando incentivos para los emprendedores… Todo eso quedo en sueños, los ecuatorianos ya conocemos el desenlace de esta historia: tiramos al tacho de la basura una oportunidad histórica para refundar el país.

En aquel foro, recuerdo haberle dicho a Norman Wray que soñaba con un país de paz. ¿Paz? ¡Qué muchachito tan ingenuo, qué risa!

Pues bien, hoy ni siquiera tenemos eso: ¿Cómo vamos a tener paz? Nos miramos de lejitos con nuestros hermanos colombianos, vivimos en medio de unos niveles de violencia nunca antes vistos, tenemos un desempleo feroz y somos víctimas de una política internacional vinculada a líderes autoritarios… Después de todo, creo que no fui tan ingenuo al sugerir que quería vivir en un país de paz.

En fin, casi 5 años después mientras reviso la prensa me encuentro con ese mismo joven quiteño, presente en la rueda de prensa en la cual Fander Falconí renunciaba a la Cancillería del Ecuador por discrepancias con Su Majestad Rafael I. Junto a él, se encontraban algunos de los más emblemáticos fundadores de Alianza PAIS y militantes de Ruptura 25.

Lo único que se me viene a la mente al verlos es… ¿Será este el país con el que ellos soñaban en 2005?

jueves, 14 de enero de 2010

El día que volví a nacer

Dentro de poco se van a cumplir 4 años de un terrible accidente en el que estuve involucrado, pudiendo tener consecuencias fatales. Gracias a Dios, estoy vivo y con plena salud para contarlo.

Lo recuerdo perfectamente, sucedió el 23 de enero del 2006, alrededor de las 12 PM a 3 días de la ceremonia en la que recibiría mi diploma de bachillerato. Me encontraba en el asiento del copiloto acompañando a Isaac Abramowicz, quien conducía un precioso Chevrolet Optra blanco con casi 6 meses de uso, el cual había sido su regalo de cumpleaños número 18.

Veníamos de lavar el auto en uno de esos huequitos del centro de la ciudad, donde por la módica suma de 3 dólares hacían un excelente trabajo, dejando al auto como nuevo por dentro y también por fuera. Nos dirigíamos hacia las calles Alejo Lascano y Av. Del Ejército, viniendo por esta avenida en sentido sur-norte, cuando de repente en la intersección con la calle Francisco de Marcos nos ocurrió un accidente bastante desafortunado: un camión fletero impacto en la ventana de Isaac, destrozando la carrocería del auto y su brazo izquierdo, además de ocasionarle varias cortadas debido a la rotura de los vidrios de su ventana. Yo en cambio, sufrí aquello que llaman el “efecto látigo”, en el cual mi cuerpo fue impulsado hacia adelante y de nuevo hacia atrás a toda velocidad en cuestión de segundos producto del impacto.

Ninguno usaba cinturón de seguridad, por lo que considero un milagro el hecho de no haber salido volando por el parabrisas delantero, mientras que a él, el airbag le sirvió de salvavidas. Inconsciente, lo único que recuerdo fue haber subido caminando a la ambulancia con el cuerpo bañado en sangre, mientras a mi acompañante lo subían en camilla. Una vez dentro, me facilitó su celular desde donde llamé a su papá y a mi tío Mario, para que estuvieran alerta a la situación.

Al llegar al hospital, mis padres estaban esperándonos. Jamás podré olvidar la cara de angustia de mi mamá y sus caricias de consuelo ante mi dolor apenas llegué. Casi enseguida, una enfermera procedió a hacerme unas preguntas para investigación, en la que se determinó que estuve entre 20-25 minutos inconsciente desde el impacto del camión hasta mi llegada a la casa de salud. Literalmente, fue pura adrenalina: no podría describir con palabras el intenso dolor físico y psicológico que sentía en ese instante y que me acompañaría por los próximos 2 días. Una verdadera pesadilla.

Esa misma tarde fui ingresado a cuidados intensivos donde me hicieron toda clase de análisis médicos y posteriormente durante la noche fui intervenido quirúrgicamente por el Dr. Jorge Sigua García. A la mañana siguiente, desperté viendo la noticia de mi accidente en todos los canales de televisión del país e incluso ocupando varias líneas en los diarios mas importantes de Guayaquil. Al ver la imagen del vehiculo destartalado por completo, comprendí que seguía vivo gracias a una intervención divina. No podía ser de otra manera.

Durante ese 24 recibí gran cantidad de visitas y llamados telefónicos de amigos, familiares y demás allegados. Tanto apoyo fue una inyección de ánimo incalculable, que me permitió comprender que tendría una pronta recuperación y al mismo tiempo, sería capaz de retomar mi vida más temprano que tarde.

Finalmente, el miércoles 25 antes del medio día fui dado de alta en silla de ruedas y con orden de reposo absoluto. Temía perderme mi graduación, sin embargo con mucho esfuerzo pude asistir a ella el jueves 26 a las 6 PM, donde recibí mi diploma de bachillerato y me tome las respectivas fotos andando de pie por mis propios medios; eso sí, acompañado de un molesto pero imprescindible cuello ortopédico. Después de eso, reposo obligado por varias semanas.

Solo hoy, 4 años después puedo asimilar la magnitud de lo sucedido y por eso, me tomé el tiempo de escribir este artículo. Una experiencia que me permitió descubrir que el sabio barbudo de allá arriba tenía y sigue teniendo muchos planes para mi, por lo tanto seguramente consideró que no era el momento de marcharme.

Pues si, así es la vida: podemos perderla en el instante menos esperado y de la manera mas imprevista.

Moraleja: ¡EL CINTURÓN DE SEGURIDAD SALVA VIDAS, ÚSALO SIEMPRE!

En memoria de Christiam Arturo Palacios Boloña. Paz en su tumba.

jueves, 7 de enero de 2010

Subdesarrollo en estado puro

Hacer uso del transporte público en Guayaquil es una auténtica experiencia del tercer mundo. La falta de cultura cívica, el irrespeto y la viveza criolla entre transportistas y pasajeros no son otra cosa sino subdesarrollo en estado puro.

El supuesto servicio, en realidad es un atropello y un verdadero atentado a la dignidad humana:
buses en mal estado e incómodos, con aspecto antihigiénico y en compañía de la infaltable música a todo volumen. Conducidos por choferes con pésima educación vial, quienes con su comportamiento grosero e irrespetuoso hacen caso omiso de las respectivas paradas de bus, dejando a los pasajeros “al vuelo” en cualquier esquina (en el mejor de los casos) o bien, en plena calle (como comúnmente suele suceder) sin medir el riesgo y los eventuales accidentes que esto puede ocasionar.

Si a esto se suma el
peligro inminente de la delincuencia, no resulta difícil imaginar el sistema verdaderamente caótico que tenemos que soportar los guayaquileños que andamos a pie.

La
Metrovia, inaugurada en julio del 2006, se presentó como una alternativa bastante interesante respecto al problema del transporte público. Pienso que es un sistema digno y justo, aunque en mi criterio muestra algunas deficiencias: la desinformación en cuanto a los horarios y frecuencias de las rutas alimentadoras, la eterna fila de los torniquetes al ingreso y también, de vez en cuando, los problemas técnicos que ocasionan que los articulados se detengan entre paradas por varios minutos, mientras van llenos de pasajeros.

Lamentablemente, aquellas actitudes enemigas del progreso como la falta de cultura cívica y la viveza criolla de los pasajeros aparecen aquí nuevamente, traducidas en empujones en las filas, casos de hurto al interior de los articulados y sobretodo en el irrespeto permanente a los asientos de color amarillo asignados exclusivamente a las personas de la tercera edad, mujeres embarazadas y discapacitados, cuando cualquier cristiano decide arbitrariamente ocupar estos asientos. Siendo realista, nuestra cultura popular es así y sin educación difícilmente cambiará.

Sin embargo, tengo la impresión de que el sistema puede mejorar mucho más. ¿Cómo? Sería bueno que el equipo directivo de la Metro tome como referencia al
TransMilenio de Bogotá y adopte algunos de sus procedimientos en cuanto a información de recorridos en la página web, puntualidad en las paradas y uso de tarjetas magnéticas al ingreso, que harían desaparecer las enormes filas fuera de las paradas a la espera del botoncito verde para cruzar el torniquete, entre otras recomendaciones.

Aprendiendo y adaptando las mejores prácticas de sistemas similares en otras partes del mundo, produciría un beneficio enorme en los usuarios de este servicio que debe ser fortalecido y mejorado. Esperemos que así sea.